El huevo cósmico
La Madre dadora de Vida es la Madre dadora de Muerte. La muerte y la vida son complementarias, no antagónicas. El vientre materno nos acoge y da a la luz, y el vientre de la Tierra nos acoge y nos da a la oscuridad. Esta dualidad queda representada por las dos manos: la que sostiene el huevo de la Vida y la que se cubre con el velo del Mas Allá. El pelo ondea, separando el arriba del abajo, el Cielo de la Tierra, lo que vuela de lo que camina o repta. Los ojos hechos de luz, con un brillo que invita, que sostiene, que descubre y que sana. En el centro de la obra reluce el huevo, símbolo del alma, de la Vida, a la vez contenedor de esa doble acción: para que la vida resulte, el huevo debe romperse y morir a su forma ovalada. El huevo es símbolo de lo infinito, de lo vivo, de lo celeste. Su esencia palpitante de vida es del mismo color que el velo de la muerte. Nada es aleatorio en esa elección cromática.
La Madre dadora de Vida es la Madre dadora de Muerte. La muerte y la vida son complementarias, no antagónicas. El vientre materno nos acoge y da a la luz, y el vientre de la Tierra nos acoge y nos da a la oscuridad. Esta dualidad queda representada por las dos manos: la que sostiene el huevo de la Vida y la que se cubre con el velo del Mas Allá. El pelo ondea, separando el arriba del abajo, el Cielo de la Tierra, lo que vuela de lo que camina o repta. Los ojos hechos de luz, con un brillo que invita, que sostiene, que descubre y que sana. En el centro de la obra reluce el huevo, símbolo del alma, de la Vida, a la vez contenedor de esa doble acción: para que la vida resulte, el huevo debe romperse y morir a su forma ovalada. El huevo es símbolo de lo infinito, de lo vivo, de lo celeste. Su esencia palpitante de vida es del mismo color que el velo de la muerte. Nada es aleatorio en esa elección cromática.
